Las tradiciones demoníacas del Cristianismo

Si hay una persona que distinga y represente a la iglesia católica en todo el mundo ese es el Papa. Todos conocemos el origen del Sumo Pontífice en la Iglesia, refrendado en las escrituras bíblicas que señalan a Pedro como el primero de los tiempos con un frase concisa y directa: “la piedra sobre la que edificaré mi iglesia” (Mateo 16, vers. 18). Sin entrar en los detalles que han convertido la figura del Papa en poderosa (cuando, desde los evangelios, se grita a la humildad) nos vamos a centrar en su mitra, el gorro símbolo de su primacía, que utiliza en los actos públicos como Sumo Pontífice. Uno de sus símbolos representativos que continúa con una tradición pagana de adoración al dios Dagón, considerado por la teología como un demonio.

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Judas, el Salvador

La relación mental es inevitable. Basta con nombrar a Judas Iscariote y cualquiera al que le pidas referencias te contestará con una palabra: traidor. El mayor de la historia de la humanidad. Maldito por siempre. Un nombre que sólo evoca mentira. El apóstol que delató a Jesucristo por unas monedas de plata, unas monedas manchadas de sangre…Ese Judas es el que la iglesia nos ha presentado y su rol está tan arraigado en la sociedad actual que cualquiera, cristiano o no, relaciona su persona con traición. Pero, ¿y si no fuera así?; ¿y si convertimos al villano en héroe, en salvador?

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«El pueblo» contra «la libertad»

Jean Jaqcques Rousseau, la personalidad suiza más relevante de la historia, concebía la democracia como el gobierno del pueblo. Un gobierno directo en el que todos los ciudadanos, libres e iguales, pudieran manifestar su voluntad para llegar a un acuerdo común. Un acuerdo que el llamó contrato social.  Rousseau defendía que “toda ley que el pueblo no ratifica, es nula y no es ley” y que “la soberanía no puede ser representada por la misma razón que no puede ser enajenada”. Bajo esos postulados nació, creció y evolucionó la vieja democracia suiza, considerada una de las más estables del mundo. Y bajo estos postulados han tomado una de las decisiones más polémicas de su historia reciente: prohibir las mezquitas con minaretes. Y es que Suiza, considerado uno de los países más desarrollados del mundo, con una de las economías más potentes de Europa (a día de hoy, como todas, azotada por la crisis) ha decidido “rediseñar” el paisaje urbano de sus cantones y, de paso, volver a pintar la imagen exterior de su país. 

El pueblo, a través de su contrato social, ha abofeteado la libertad religiosa, transformando por completo la percepción de una bandera y de un país que hasta hoy, era sinónimo, precisamente, de libertades.  Es Suiza la que ha decidido poner cerco a sus libertades. Es el hombre el que ha decidido que, igual, a veces,  tanta libertad aburre…

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